Gimnasia para mayores Gerontogimnasia

Gimnasia para mayores Gerontogimnasia

La gimnasia para mayores, la gerontogimnasia, llegó a mi vida el curso pasado. ¡Quién me lo iba a decir a mí!

Tras el confinamiento me propuse que mi octogenaria madre recuperase la sana costumbre de caminar todos los días. Le vino francamente bien. La pandemia hizo mella en ella a pesar de todo lo que ha pasado en su vida y de estar acostumbrada a vivir en soledad desde hace muchos años. 

Poco a poco pasó de caminar media hora, cerca de casa y recorriendo apenas 400 metros, a meterse entre pecho y espalda tres kilómetros, en hora y cuarto, por un recorrido bastante lejos de los alrededores de su vivienda y con pocas posibilidades de sentarse a descansar. Nada mal para 89 años, ¿no te parece?

En los paseos incluso le marcaba algún cambio de ritmo o le indicaba algunos ejercicios de movilidad, tratando siempre de adaptarlo a lo que me parecía que se le podía exigir.

Para mi sorpresa, el curso pasado vimos un cartel que anunciaba gerontogimnasia allí mismo, al lado de su casa. Se lo propuse. 'Ni se te ocurra, no me voy a poner a mis años a hacer gimnasia', me dijo toda ofendida, 'con caminar tengo bastante'. 

'Te vendrá bien mamá. Yo puedo enseñarte a tocar el clarinete, pero no tengo los conocimientos suficientes para hacer gimnasia contigo'. A regañadientes, y con el compromiso de que me apuntaría con ella, empezó a gimnasia. Al final hasta se apuntó mi suegra, que acabó la pobre sobreentrenada, porque ella ya se mantenía activa y no faltó a su rutina de piscina. ¡El matriarcal team empezaba su andadura!

Y allí que estuvimos todo el curso, ganando salud junto a otras mujeres, cada una con su historia de superación y sus cambalaches de horarios y compromisos varios a los que atender. 

Y a mí me vino genial, la verdad. Después de enlazar varias lesiones fortuitas la gerontogimnasia (o la adaptación que yo hice de ella) fue la mejor forma de ir reconquistando un estado de forma que me permitió volver a pisar una pista de atletismo. Compartí con todas ellas mis medallas y estaré eternamente agradecida a María Luisa, la monitora, por el cariño y el puntín de exigencia con el que imparte sus sesiones. 

¿Lo mejor de todo? Mi madre quedó encantada y se animó a seguir haciendo gimnasia dos días a la semana durante el verano. La verdad es que, el hecho de compartir ese momento juntas es lo que realmente le anima a mantener la constancia. Y como una onda expansiva los paseos con la abuela acabaron reuniendo, en más de una ocasión, a diferentes generaciones de la familia. Tendrías que verla, lo ancha que va ella con la familia caminando a su lado. 

Me considero una mujer con suerte. Eso sí, también me la trabajo. La fortuna de compartir esos momentos con mi madre y mi suegra llevan su coste de tiempo, organización y replanteamiento de prioridades. Lo pago con gusto. Cada minuto con ellas vale oro y mucho más tal y como yo me lo planteo, siempre buscando que pierdan su autonomía física y mental lo menos y lo más tarde posible.

Hago todo lo que puedo por ser un buen relleno de este sandwich generacional que me está tocando vivir. Procuro soltar la mano de mis peques al tiempo que les hago conscientes de cómo se la ofrezco a mis mayores. Ojalá la vida me premie con disfrutar de este intercambio con salud y calidad de vida de todas las partes implicadas el mayor tiempo posible. 

Os dejo con el vídeo resumen que preparé con imágenes y vídeos del curso pasado. Por mucho que lo cuente, creo que solo nosotras y quienes nos conocen, a mi madre en concreto, entenderán el valor que tienen.  

¡Mucha música y mucha salud!



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