Ronda paisaje sonoro
Quizás por deformación profesional, puesta a describir mi nuevo destino, encuentro en los sonidos a mis mejores aliados. Así pues, Ronda para mí, es:
El sonido del viento. Ese que, en los primeros días, como si de un trampantojo auditivo se tratara, me hacía pensar que, si me asomaba al final de cualquier calle de esas en las que se vislumbra la Serranía al fondo, acabaría encontrando el mar.
El mismo que mece las hojas delos árboles de la Alameda del Tajo o que te acerca las voces de personas que están muy lejos, en los miradores, en los carriles (como llaman aquí a los caminos), en las calles. Porque Ronda es bullicio, gentío, saludo que se convierte en conversación en medio de la calle, en especial la Calle la Bola.
Bien podría llamarse Calle de Babel por el continuo mestizaje de idiomas, lenguas, acentos que en ella reproducen las riadas de turistas de cualquier parte del mundo que la visitan o habitan. A todos ellos se suma el acento propio de los Rondeños y del resto de lugareños de los distintos pueblos que rodean la localidad, porque Ronda es un punto neurálgico entre Málaga, Sevilla y Cádiz.
El acento andaluz, con su infinita variación de posibles soniquetes o entonaciones, supone un continuo estímulo para mis oídos. Ya me lo advirtió Mariana, de @cuandopitosflautas, “si consigues pronunciar la letra t como los malagueños tendrás toda mi admiración”. Varias veces me he sorprendido a mí misma, en plena calle, tratando de reproducir, muy bajito, esa curiosa forma de pronunciar la t. Yo la percibo como la unión de t, ch, s y estoy convencida de que, si logro imitarla bien, tendré un nuevo recurso parar ayudar a mejorar la técnica del picado en el clarinete. Ya tchse iré contchsando. Sea como sea, tengo a los mejores profes en mi nuevo alumnado, sus familias y mis compis de trabajo.
El ruido de maletas de ruedas por las aceras y calles adoquinadas es otro sonido característico de Ronda. Así como las ruedas de los coches por el casco antiguo o atravesando el Puente Nuevo. Lo primero que pensé fue “¿cómo no habrán hecho peatonal ese paso?”.Ahora creo que el tráfico, además de comunicar las dos vertientes de El Tajo, ayuda a evitar que los transeúntes se apelotonen más tiempo de la cuenta en ese punto. Lo cierto es que no deja de asombrarme la confianza con la que cohabitan coches y viandantes, la mayoría turistas, en ese tramo tan estrecho. Las últimas noticias anuncian que, a partir de enero, solo los vehículos censados en Ronda podrán transitar por él.
Por mucho que la ropa de abrigo luzca en los escaparates prácticamente desde que terminó la Feria de Ronda, a primeros de septiembre, el vuelo bien alto del grajo indica que todavía no ha llegado el frío de verdad (para quién no lo sepa hay un refrán que dice “cuando el grajo vuela bajo, hace un frio del carajo”). Así que yo, siguiendo su intuición (y la mía) procuro no abrigarme demasiado.
Y es que el sonido de los pájaros también provoca mi curiosidad. Entre los más comunes, que casi ni distingo por estar acostumbrada a ellos (gorriones, palomas, canarios en las ventanas) destacan otros que nunca había escuchado y que no sé identificar. Me pregunto si cuando vuelva la primavera escucharé aquí también a la ñierve (mirlo) a primera hora de la mañana.
Ronda también son mis propios pasos a horas intempestivas, cuando el silencio inunda las calles, o el de mis zancadas sobre los adoquines, por los carriles y, en especial, en la pista de atletismo. Suenan diferente aquí.
Al igual que mis clarinetes. La acústica de la clase y de los pasillos del conser, los sonidos de la alameda, que se cuelan por mi ventana abierta de par en par, rodean mi práctica de un acompañamiento inusual. Para compensar, me resulta familiar el sonido de trabadedos y escalas de mis compañeros de viento metal. Solo falta el de la tuba o el trombón, especialidades que aquí todavía no se imparten.
Eso sí, mi sonido preferido en Ronda es uno que aquí se vuelve vital para mí: el del agua. Sentir el repiquetear de las numerosas fuentes sembradas por los rincones y barrios me conecta con algo que no sé explicar. Recuerdo haber vivido lo mismo cuando, combinando estudios y trabajo, empecé a pasarme días enteros en Oviedo. Las fuentes del Parque San Francisco fueron mi refugio. No es que me considere yo muy de agua, más bien prefiero la tierra firme. De todos modos, mi escolarización transcurrió en la villa marinera de Candás y llevo más de media vida viviendo en Gijón, así que el sonido de la mar ha sido una constante en mi vida.
Ronda me trata como una reina y ya no sabe qué hacer para que me sienta como en casa. Y es que, hay que ver cómo reciben aquí a los profes: la calle La Bola engalanada, desfile decarrozas, fuegos artificiales…La Feria de Ronda a primeros de septiembre me permitió tomarme todo ese algarabío como una muestra de bienvenida. En lo que se refiere al agua, ya he podido entrenar bajo el orbayu (lluvia fina), amanecí varios días entre una espesa niebla y la última alerta amarilla por lluvias me permitió disfrutar de la crecida del Guadalevín y el sonido de su cascada precipitándose Tajo abajo. ¿Qué echas de menos el sonido del agua? ¡Pues toma agua! (Mientras esta entrada se cocía a fuego lento, el tiempo siguió empeorando, llegó la Dana y ya resultó demasiada agua hasta para mí, aunque mantuve mis entrenamientos bajo la intensa lluvia. Mis condolencias para los afectados por este fenómeno meteorológico. No puedo expresar con palabras la impotencia que siento desde la distancia).
Volver a casa a la menor oportunidad me impide disfrutar de otros paisajes sonoros de Ronda, entre ellos el de las procesiones, con el silencio respetuoso que las rodea o las marchas que interpretan sus bandas de música, la Municipal o la de Arunda, nombre que recibía la localidad en época de los romanos. Queda mucho curso por delante para seguir empapándome de esta Ronda, ciudad soñada, que yo percibo como ciudad escuchada. Mientras tanto, ¡mucha música y mucha salud!
Imagen: Diario Ronda.
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